“The
problem with socialism is that you
eventually
run out of other people's money.”
Margaret Tatcher
De
ese viaje fue Viena la ciudad que más me marcó. Tres días no fueron suficientes
como para decir que la conozco pero si al menos para decir que me quedé con el
sabor de su esencia. Una de las bibliotecas antiguas más grandes del mundo ,
sus calles , parques , palacios (Beldevere y Shonbrunn), y su maravilloso
sistema de trenes no hacen más que desee ansiosamente regresar a conocerla. Aun
así, en estos días de fuerte tensión política en los que no se puede pasar demasiado
tiempo sin ver las noticias, lo
que más me viene a la memoria son los países que visitamos a un paso más allá de Austria, esos que
hacia no más de 25 años eran dominados por el comunismo soviético.
Después de Viena vino Budapest. La capital de
Hungría no era precisamente el centro político de un país tan desarrollado como
Austria, pero si una ciudad que dejaba ver la importancia que había tenido en
el imperio de los Habsburgo. Budapest fue un 60% destruida en la segunda guerra
mundial, - nos decía la guía turística – Viena apenas un 30%. Sus grandes
avenidas, la opera, sus edificios, las iglesias , el parlamento, sus puentes
sobre el río Danubio etc. dejaban ver que la ciudad quiso ser en algún momento
una Paris de Europa del este.
Pero el pasado que más me llamó la atención
de Budapest no fue ni el de la segunda guerra mundial ni el del imperio
Austrohúngaro, sino el más inmediato : el de la Budapest perteneciente a la
Rusia comunista, el pasado del cual apenas habían pasado dos décadas y que
estaba más a la vista.
Claramente el sistema de trenes de Hungría no
era el mismo de Austria. Si para ir de Viena a Salzburgo nos movilizó un
ultramoderno tren más preciso en el tiempo que un reloj suizo; en el viaje
hacia Szentendre – un acogedor pueblo a las afueras de Budapest – utilizamos un
vagón viejo oxidado que con sus ruidos y lamentos lloraba por un pronto un
reemplazo. Fue en ese pueblo, en una librería de la plaza central, donde conseguí
el libro que me iba a responder muchas de mis preguntas, y crear nuevas por su
puesto, sobre el comunismo en Europa. Se llama Revolution 1989 de un periodista precisamente Húngaro llamado
Victor Sebestyien.
La
historia se extiende por la lucha en cada uno de los países comunistas. Cada
caso ligeramente distinto del otro, pero en fin casi idénticos en muchas cosas.
Sobre todo en el uso del terror y la fuerza para mantener a raya a una
población que pedía a gritos libertad. Sacar al ejercito para dispararle en
Praga a manifestantes que pedían un socialismo más humano. Utilizar cuerpos de
inteligencia de dimensiones
intergalácticas para espiar a la población. Control absoluto sobre los medios
de comunicación. Y una buena remuneración para los que hacían el trabajo que
los regimenes tanto necesitaban, reprimir.
Pero más allá de la represión y del
acorralamiento a la libertad señala que el derrumbamiento del sistema soviético
estuvo en que no se supo hacer sostenible en el tiempo. La única solución para poder salir de
tensiones económicas era pedir prestado. Pedir prestado para mantener absurdos subsidios y
no para invertir en desarrollo. Y cuando las tensiones económicas regresaban,
la misma estrategia una y otra vez. ¿Y quien le prestaba a la Unión soviética?
Sus banqueros enemigos acérrimos de occidente.
Según Sebestyen, a pesar del sofisticado
sistema de espionaje de los EEUU, nadie pudo ver con precisión la agonía económica que arrastraban los rusos
y sus satélites. Para él, el gran cómplice de la caída del muro de Berlín en el
89 fue el mismo Mijail Gorbachov, quien en su intento para darle un rostro más
humano al socialismo hizo más que nadie para destruirlo. En su cruzada para
modernizar el sistema ayudó a socavar las bases sobre la cuales se mantenía: la
fuerza y el miedo.