Me levanto, me lavo los dientes, me desayuno y llamo al Banco Provincial para averiguar cuales son los requisitos para retirar mi tarjeta de débito. La señorita me dice que con mi cédula laminada es suficiente ; pero yo no le creo, estoy seguro que algo más me van a pedir. Busco en Google maps en que parte queda la agencia Andrés Bello, diseño mentalmente mi ruta, y después de una hora y media de incesante tráfico llego al fin a la oficina del banco. Ahora sí , pienso , después de tres meses de estarle huyendo a la diligencia , al fin me van a dar el pedazo de plástico ese.
La arrechera que agarré cuando la agente de
cuentas me dijo :” Su tarjeta no está aquí , está en la agencia de las
mercedes” solo la pude controlar con otra diligencia que tenía pendiente desde
hacía tiempo y que estaba caminando un par de cuadras mas allá : visitar a los libreros debajo del
elevado en la avenida Urdaneta.
Allí en medio del caos , refugiados por un
elevado que se quedó corto para el flujo de vehículos, inundados por un
continuo ruido de cornetas de carros , autobuses y motocicletas ; invadidos por
desvergonzados buhoneros que venden sus películas piratas sin pudor y sin pena; trabajan los
amables libreros exhibiendo su mercancía a quien pueda interesar. Su oferta va
desde libros de autoayuda con recetas de felicidad garantizada , hasta
inmortales de la literatura que han pasado la prueba del tiempo : Vargas Llosa
, Wilde , Fuentes , Cortazar, Gallegos , Victor Hugo , Dumas , Ovidio , Cervantes
y muchos otros más. Esta vez me llevo a Borges, a quien tristemente aun no he
leído , algo me dice que Ficciones vale mucho más que los treinta
bolívares que me cobraron. Se me acabó el tiempo, he sido sanado en esos veinte
minutos de encuentro con la literatura, y la dinámica del día me obliga a
continuar el trayecto no sin antes detenerme para ver la torre Transfinanzas.
Siempre había escuchado del caso , pero nunca
había visto al monstruo desde tan cerca. Lo que se suponía iba a ser un moderno
edificio de oficinas bancarias (como los que lo rodean) terminó invadido como
algunos otros edificios de la ciudad , y ahora no es más que otro de esos
submundos apartes que contiene Caracas. De cerca, al menos a mí, me produce una
fuerte sensación de desidia. Pero de lejos es distinto, de lejos es un edificio
semiacabado, invadido hasta la mitad, como si no quisiera dejarse vencer por la
barbarie, como un náufrago que mantiene la esperanza de ser rescatado algún día.
Me monto en el carro, miro al Ávila para
orientarme , y calculo que aún me da tiempo de llegar a la agencia del Banco Provincial en Las Mercedes.
Aunque el recorrido no es tan largo, dudo si tendré suficiente tiempo. Llego al
banco, hago la cola, y la señorita me recibe con una sonrisa prefabricada: “En
que le puedo ayudar señor”. Le explico mi caso y ella se dirige hacia otro
cuarto regresando unos minutos más tarde con mi tarjeta en la mano. Sonrío y no
oculto mi felicidad. Ella teclea a una velocidad infinita en su computadora y me
dice - Su tarjeta lleva aquí tres meses. – Si yo se, vengo a buscarla - Bueno ,
ahora necesita traer dos referencias bancarias y un recibo de luz o agua del lugar donde reside – Señorita
pero si yo llamé y ustedes me dijeron que con mi cédula … - Señor si no me trae
las referencias no se la puedo dar- fulminó secamente.
Derrotado sin tiempo y con hambre, me fui
caminando al puesto de Rulo a comprarme dos perro calientes con todo. Mientras
me los prepara a una velocidad un poco más lenta que la de la luz, Rulo le cobra
a los motorizados que también vienen a almorzar y piropea a una de sus
clientas. Veo al reloj y al fin me sobra un poco de tiempo -un par de minutos-
contemplo los dos edificios en buen estado que aun conservan el estilo
arquitectónico de los años cincuenta, y me pregunto que sería de mí si no
contara con Caracas para poder defenderme de los infortunios inevitables de la
raza humana, o para refugiarme al
menos de aquellos que me acompañan
a cualquier parte del mundo solo por ser caraqueño.